Se ha publicado recientemente la encuesta del instituto de opinión pública de la universidad católica. Sobre la música:
(por cuestiones de espacio no muestro los datos de edades y niveles socioeconómicos pero pueden acudir a la encuesta luego- Esto es un primer vistazo)
Contenedor de videos, crónicas, fotos y más. La ciudad y sus habitantes cámara en mano.
lunes, noviembre 30, 2009
domingo, noviembre 29, 2009
¡District 9 !
Johannesburgo otra vez en las noticias.
Johannesburg and Pretoria residents have come forward, claiming they spotted a meteor in the skies on Saturday night.
People in Gauteng saw the bright light at around 11pm on Saturday night, heading towards the north of Pretoria.
http://www.ewn.co.za/articleprog.aspx?id=26926
jueves, noviembre 26, 2009
MOON
Ayer me topé con una recomendación de Wired que ha empezado con los TOP del año, en este caso los "Pop Culture’s Finest Moments of 2009". Entre XBOX, juegos para Iphones, animaciones como la de UP...
...entre otras cosas, también destaca películas. Una de ellas es Sector 9 que ya tuvimos la ocasión de reseñar aquí, y la otra es MOON. Recién descargada y a la espera de esa venenosa combinación fílmica.
(desde San Borja, sin invitados ya, escucho en la radio de la camioneta)
...entre otras cosas, también destaca películas. Una de ellas es Sector 9 que ya tuvimos la ocasión de reseñar aquí, y la otra es MOON. Recién descargada y a la espera de esa venenosa combinación fílmica.
(desde San Borja, sin invitados ya, escucho en la radio de la camioneta)
lunes, noviembre 23, 2009
Uniformizar discursos de los medios chilenos
Hace poco el diario El Comercio rebotó una notica aparecida en El Mostrador de Chile
[ Gobierno de Chile se reunirá con medios para "uniformizar discursos" ]
Ya se había hablado de la influencia de uno de los medios más importantes en Chile: El Mercurio en una nota que coloqué en septiembre a propósito del golpe a Salvador Allende. (Documental "El diario de Agustín".
En medio del caso de espionaje al Perú y apenas a un mes de las elecciones en Chile, la periodista chilena María Olivia Mönckeberg ha escrito sobre las estrechas relaciones entre el poder y unos medios de comunicación concentrados en muy pocas manos: "Los magnates de la prensa" .
Esta es una entrevista a María Olivia Mónckeberg para Radio Francia Internacional:
[ Gobierno de Chile se reunirá con medios para "uniformizar discursos" ]
Ya se había hablado de la influencia de uno de los medios más importantes en Chile: El Mercurio en una nota que coloqué en septiembre a propósito del golpe a Salvador Allende. (Documental "El diario de Agustín".
En medio del caso de espionaje al Perú y apenas a un mes de las elecciones en Chile, la periodista chilena María Olivia Mönckeberg ha escrito sobre las estrechas relaciones entre el poder y unos medios de comunicación concentrados en muy pocas manos: "Los magnates de la prensa" .
Esta es una entrevista a María Olivia Mónckeberg para Radio Francia Internacional:
domingo, noviembre 22, 2009
Pecados de mi padre
Se ha presentado hace poco en Argentina el documental Pecados de mi padre, la historia de Pablo Escobar desde la voz de su hijo.
El único hijo de Pablo Escobar, Sebastian Marroquín, se reúne con los hijos de Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán para pedir perdón por los pecados de su padre. Estos son los momentos después del encuentro y de una emotiva reconciliación.
El único hijo de Pablo Escobar, Sebastian Marroquín, se reúne con los hijos de Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán para pedir perdón por los pecados de su padre. Estos son los momentos después del encuentro y de una emotiva reconciliación.
viernes, noviembre 20, 2009
En el camino del símbolo perdido y las hyperfotos
Algunas cosas que uno encuentra en el camino... Ayer tras preparar la edición final del programa Presencia Cultural, nos encontramos con el libro El Símbolo perdido ya colgado en internet, en scribd. .
Escudriñando por la mañana la sección cultural del The Guardian me topé con HYPERPHOTOS de Jean-François Rauzier. Mucho más en la página del mismo Jean-François (para que entrenen su francés)
Escudriñando por la mañana la sección cultural del The Guardian me topé con HYPERPHOTOS de Jean-François Rauzier. Mucho más en la página del mismo Jean-François (para que entrenen su francés)
jueves, noviembre 19, 2009
Voracidad teatral
Algunos de los visitantes de este blog habrán seguido la elaboración de este breve acercamiento a Alberto Isola. Finalmente salió al aire el pasado 13 de noviembre.
Si no está dando clases, seguro que está en camino a una función teatral. Y si no, es muy probable que esté en el rodaje de Los exitosos Pells. Se da un tiempo para escribir su tesis sobre teatro costumbrista. Y por supuesto para preparar un próximo montaje. Él reconoce que su voracidad teatral lo lleva a perder los límites.
Informe: Manuel Rodríguez
Cámara: Antonio Palomino
Edición: Alfonso Tamariz
Alberto Ísola, teatro voraz from presenciacultural on Vimeo.
Si no está dando clases, seguro que está en camino a una función teatral. Y si no, es muy probable que esté en el rodaje de Los exitosos Pells. Se da un tiempo para escribir su tesis sobre teatro costumbrista. Y por supuesto para preparar un próximo montaje. Él reconoce que su voracidad teatral lo lleva a perder los límites.
Informe: Manuel Rodríguez
Cámara: Antonio Palomino
Edición: Alfonso Tamariz
martes, noviembre 10, 2009
BAGUATAR
Trailer de una película dirigida por Pisango Cameron.
Discurso familiar. El perro del hortelano aplicado a los Na'vi.
Discurso familiar. El perro del hortelano aplicado a los Na'vi.
jueves, noviembre 05, 2009
Testimonio de un hijo de Ciro Alegría
A propósito del centenario del nacimiento de Ciro Alegría recordé una crónica escrita por uno de sus hijos, el dramaturgo Alonso Alegría, en el año 2007.
El día que a mi padre le dije tío
Por Alonso Alegría
Yo acababa de cumplir los diecisiete años y estaba a la mitad de mi quinto de media cuando llegó la noticia de que mi padre venía al Perú. Era una buena nueva pero también un susto. ¿Quién está preparado para, ya de grande, recién conocer a su padre? Ciro Alegría había escrito cariñosas cartas, claro está, pero venían firmadas por un padre con mucha fama pero sin rostro ni voz, y que siempre había estado lejos del Perú: primero en Chile, luego en Nueva York, luego en Puerto Rico y por último en Cuba. Mi hermano mayor y yo habíamos nacido en Santiago durante su exilio de aprista, y habíamos llegado al Perú con la Negra (mi madre) a principios del año 41, mientras que el Famoso (así lo llamaba la Negra) seguía viaje a Nueva York para recibir el premio internacional que El mundo es ancho y ajeno había merecido. En Nueva York se quedó. Yo nunca he sabido cómo ni cuándo se habrá malogrado ese matrimonio: lo cierto es que Ciro y la Negra se divorciaron a principios de los años cuarenta y que Ciro se casó de nuevo para divorciarse por segunda vez y que, al momento de regresar al Perú tras veintitantos años de ausencia, el Famoso se acababa de casar por tercera vez con una cubana tan joven como bonita. Venía al Perú con ella y eso complicaba las cosas en cuanto al protocolo respecto a mi madre, pero así estaban viniendo los tiros y en Lima nos preparamos para asumir esa llegada con elegancia y entereza.
Muy otro era, sin embargo, el tema verdaderamente delicado y hasta peligroso que la llegada de mi padre me suscitaba a mí personalmente. Era un tema literario. Como hijo del gran escritor y de la Negra, yo me había pasado la vida leyendo libros de grandes y respondiendo preguntas respecto a las novelas de mi padre. Por ejemplo, un día del año 1950 (más o menos) anunciaron que un avión de Panagra llevaría a Ciro a La Paz para asistir a un congreso de escritores. El avión recalaría en Lima por unas horas. Nuestra oportunidad estaba dada y mi madre nos llevó al aeropuerto a conocer a nuestro padre, ya fuera en la pista de aterrizaje o quizás (qué emocionante) subiendo al avión. Acudimos temprano y esperamos todo el día pero el Panagra nunca llegó. Según se dijo, la dictadura de Odría no le había dado permiso de aterrizaje en Lima porque traía al ya por ese entonces honroso ex-aprista. A falta del Famoso, los periodistas se conformaron con declaraciones y fotos de sus sabihondos hijitos. Fue así como, a los doce y diez años respectivamente, mi hermano y yo aparecimos a toda página como carátula del diario "Última Hora", fotografiados en el aeropuerto mientras emitíamos opiniones sobre literatura y las novelas de Ciro Alegría.
Bien ganada teníamos, pues, mi hermano y yo nuestra fama de omnívoros lectores. Tanto, que hasta mi madre suponía que a esas alturas -quinto de media- yo ya habría releído las tres novelas de mi padre. No era así. Me faltaba La Grande, pero yo no podía confesarlo y, para salvarme, mentía emitiendo opiniones convencionales que todos tomaban por mías. Pero ahora se trataba de enfrentar al propio autor para opinar de verdad y cualquier error podía resultar fatal. Fue así que hube de leer El mundo es ancho y ajeno como parte de una estrategia defensiva, implementando una táctica de clandestinidad. Me compré un pequeño ejemplar en rústica y le forré totalmente la carátula, como quien esconde una vergonzante novelucha. Leí la obra de un tirón, tan emocionado como cautivado. Estoy contento de haberla leído a esa edad y no a los doce o trece, que fue cuando leí Los miserables. Es que con esa lectura de casi madurez pude entender mejor dos cosas muy importantes: que mi padre era un tipo de grandes y generosos sentimientos, y que mi país era un gran país. No poco, a los diecisiete y medio. No poco y justo a tiempo: para cuando llegó mi padre yo ya me sentía literariamente preparado y humanamente dispuesto.
Estábamos en el aeropuerto de la CORPAC (ahora Ministerio del Interior) sobre la pista de aterrizaje (ahora Avenida Aviación). Era una templada noche de diciembre. A mi hermano y a mí, la Negra nos había acicalado para el encuentro, pero ella obviamente se había quedado en casa. En algún momento debe haber aterrizado el DC-3. Algo más tarde estaba yo parado al pie de la escalerilla, mirando hacia arriba, temiendo no reconocerlo, temiendo tener que preguntar quién era mi padre, qué ridículo. Bajaban muchos y bajaron todos y mi padre nada. De pronto apareció. De perfil, iluminado por la tenue luz rojiza de la cabina. ¡Ese es! recuerdo haber pensado antes que nadie osara señalármelo. Escuché aplausos de la gente que me rodeaba, aplausos de quienes -qué pica-ya conocían personalmente al Famoso. Pero yo había reconocido a un señor jamás visto, y para mí eso era una casi mágica intuición (más tarde me daría cuenta de que había reconocido a mi padre por su gran parecido con su hermano, mi adorado tío Gerardo). Ciro Alegría bajó la escalerilla seguido de su esposa Dora, quien efectivamente era muy joven y muy bonita. Mi padre estaba nervioso. Nos saludó a mi hermano y a mí como tímidamente, sin nada parecido a un estrechísimo abrazo con efusivo lagrimón. Gracias a Dios, porque eso hubiera sido horrible, pensé entonces y sigo pensando ahora: no era momento para melodramáticos gestos de falso reencuentro, sino para naturales presentaciones, que las hizo quizás Juanito Mejía Baca (responsable de la llegada de mi padre al Perú) o quizás uno de mis tíos. A la joven esposa le di la mano (ella también estaba nerviosa) y recibí una amplia y muy cubana sonrisa. Mi padre abrazó a más gente que lo rodeaba, para luego girar a saludar con los brazos en alto a unos cientos de personas que se habían apostado con banderolas y banderas en la terraza del aeropuerto. Esta demostración popular me puso muy orgulloso y fue con mucho placer que acepté el encargo de mi padre de llevarle su fino maletín. Lo entendí como un gran privilegio. Eso fue en el automóvil que nos estaba sacando del aeropuerto y entonces...
Fue entonces que sucedió. Con su maletín sobre mis rodillas, y en respuesta a alguna pregunta de mi padre, se me salió:
-Sí, tío.
-Qué es eso de tío, yo soy tu padre, respondió, amoscado. Yo quedé balbuceando disculpas, ruborizado hasta el tuétano. Cuando le conté el incidente a mi madre, ella sentenció -la Negra no tenía pelos en la lengua: "no te preocupes, hijo, la culpa es de él por no haberlos conocido antes".
A estas alturas no quiero echarle la culpa de mi error a nadie ni a nada. Salvo, claro está, al inmenso parecido entre mi padre y mi tío Gerardo, su hermano menor, tío adorado a quien siempre quise, y supe, y pude llamar Papá Gerardo, a cuya dulce memoria queda dedicada esta sentimental croniquita familiar muy al estilo de las que, con tanto gusto y ganas, ocasionalmente escriben los Alegría.
El día que a mi padre le dije tío
Por Alonso Alegría
Yo acababa de cumplir los diecisiete años y estaba a la mitad de mi quinto de media cuando llegó la noticia de que mi padre venía al Perú. Era una buena nueva pero también un susto. ¿Quién está preparado para, ya de grande, recién conocer a su padre? Ciro Alegría había escrito cariñosas cartas, claro está, pero venían firmadas por un padre con mucha fama pero sin rostro ni voz, y que siempre había estado lejos del Perú: primero en Chile, luego en Nueva York, luego en Puerto Rico y por último en Cuba. Mi hermano mayor y yo habíamos nacido en Santiago durante su exilio de aprista, y habíamos llegado al Perú con la Negra (mi madre) a principios del año 41, mientras que el Famoso (así lo llamaba la Negra) seguía viaje a Nueva York para recibir el premio internacional que El mundo es ancho y ajeno había merecido. En Nueva York se quedó. Yo nunca he sabido cómo ni cuándo se habrá malogrado ese matrimonio: lo cierto es que Ciro y la Negra se divorciaron a principios de los años cuarenta y que Ciro se casó de nuevo para divorciarse por segunda vez y que, al momento de regresar al Perú tras veintitantos años de ausencia, el Famoso se acababa de casar por tercera vez con una cubana tan joven como bonita. Venía al Perú con ella y eso complicaba las cosas en cuanto al protocolo respecto a mi madre, pero así estaban viniendo los tiros y en Lima nos preparamos para asumir esa llegada con elegancia y entereza.
Muy otro era, sin embargo, el tema verdaderamente delicado y hasta peligroso que la llegada de mi padre me suscitaba a mí personalmente. Era un tema literario. Como hijo del gran escritor y de la Negra, yo me había pasado la vida leyendo libros de grandes y respondiendo preguntas respecto a las novelas de mi padre. Por ejemplo, un día del año 1950 (más o menos) anunciaron que un avión de Panagra llevaría a Ciro a La Paz para asistir a un congreso de escritores. El avión recalaría en Lima por unas horas. Nuestra oportunidad estaba dada y mi madre nos llevó al aeropuerto a conocer a nuestro padre, ya fuera en la pista de aterrizaje o quizás (qué emocionante) subiendo al avión. Acudimos temprano y esperamos todo el día pero el Panagra nunca llegó. Según se dijo, la dictadura de Odría no le había dado permiso de aterrizaje en Lima porque traía al ya por ese entonces honroso ex-aprista. A falta del Famoso, los periodistas se conformaron con declaraciones y fotos de sus sabihondos hijitos. Fue así como, a los doce y diez años respectivamente, mi hermano y yo aparecimos a toda página como carátula del diario "Última Hora", fotografiados en el aeropuerto mientras emitíamos opiniones sobre literatura y las novelas de Ciro Alegría.
Bien ganada teníamos, pues, mi hermano y yo nuestra fama de omnívoros lectores. Tanto, que hasta mi madre suponía que a esas alturas -quinto de media- yo ya habría releído las tres novelas de mi padre. No era así. Me faltaba La Grande, pero yo no podía confesarlo y, para salvarme, mentía emitiendo opiniones convencionales que todos tomaban por mías. Pero ahora se trataba de enfrentar al propio autor para opinar de verdad y cualquier error podía resultar fatal. Fue así que hube de leer El mundo es ancho y ajeno como parte de una estrategia defensiva, implementando una táctica de clandestinidad. Me compré un pequeño ejemplar en rústica y le forré totalmente la carátula, como quien esconde una vergonzante novelucha. Leí la obra de un tirón, tan emocionado como cautivado. Estoy contento de haberla leído a esa edad y no a los doce o trece, que fue cuando leí Los miserables. Es que con esa lectura de casi madurez pude entender mejor dos cosas muy importantes: que mi padre era un tipo de grandes y generosos sentimientos, y que mi país era un gran país. No poco, a los diecisiete y medio. No poco y justo a tiempo: para cuando llegó mi padre yo ya me sentía literariamente preparado y humanamente dispuesto.
Estábamos en el aeropuerto de la CORPAC (ahora Ministerio del Interior) sobre la pista de aterrizaje (ahora Avenida Aviación). Era una templada noche de diciembre. A mi hermano y a mí, la Negra nos había acicalado para el encuentro, pero ella obviamente se había quedado en casa. En algún momento debe haber aterrizado el DC-3. Algo más tarde estaba yo parado al pie de la escalerilla, mirando hacia arriba, temiendo no reconocerlo, temiendo tener que preguntar quién era mi padre, qué ridículo. Bajaban muchos y bajaron todos y mi padre nada. De pronto apareció. De perfil, iluminado por la tenue luz rojiza de la cabina. ¡Ese es! recuerdo haber pensado antes que nadie osara señalármelo. Escuché aplausos de la gente que me rodeaba, aplausos de quienes -qué pica-ya conocían personalmente al Famoso. Pero yo había reconocido a un señor jamás visto, y para mí eso era una casi mágica intuición (más tarde me daría cuenta de que había reconocido a mi padre por su gran parecido con su hermano, mi adorado tío Gerardo). Ciro Alegría bajó la escalerilla seguido de su esposa Dora, quien efectivamente era muy joven y muy bonita. Mi padre estaba nervioso. Nos saludó a mi hermano y a mí como tímidamente, sin nada parecido a un estrechísimo abrazo con efusivo lagrimón. Gracias a Dios, porque eso hubiera sido horrible, pensé entonces y sigo pensando ahora: no era momento para melodramáticos gestos de falso reencuentro, sino para naturales presentaciones, que las hizo quizás Juanito Mejía Baca (responsable de la llegada de mi padre al Perú) o quizás uno de mis tíos. A la joven esposa le di la mano (ella también estaba nerviosa) y recibí una amplia y muy cubana sonrisa. Mi padre abrazó a más gente que lo rodeaba, para luego girar a saludar con los brazos en alto a unos cientos de personas que se habían apostado con banderolas y banderas en la terraza del aeropuerto. Esta demostración popular me puso muy orgulloso y fue con mucho placer que acepté el encargo de mi padre de llevarle su fino maletín. Lo entendí como un gran privilegio. Eso fue en el automóvil que nos estaba sacando del aeropuerto y entonces...
Fue entonces que sucedió. Con su maletín sobre mis rodillas, y en respuesta a alguna pregunta de mi padre, se me salió:
-Sí, tío.
-Qué es eso de tío, yo soy tu padre, respondió, amoscado. Yo quedé balbuceando disculpas, ruborizado hasta el tuétano. Cuando le conté el incidente a mi madre, ella sentenció -la Negra no tenía pelos en la lengua: "no te preocupes, hijo, la culpa es de él por no haberlos conocido antes".
A estas alturas no quiero echarle la culpa de mi error a nadie ni a nada. Salvo, claro está, al inmenso parecido entre mi padre y mi tío Gerardo, su hermano menor, tío adorado a quien siempre quise, y supe, y pude llamar Papá Gerardo, a cuya dulce memoria queda dedicada esta sentimental croniquita familiar muy al estilo de las que, con tanto gusto y ganas, ocasionalmente escriben los Alegría.
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