El viernes 20 de mayo se presentó en Lima el documental "Cuando parí" de Pilar Robledo, como parte de la muestra documental del I Simposio de Antropología médica realizado en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Volver a vivir el día en que las mujeres dieron a luz y las acciones que rodearon este hecho trascendental es lo que busca la directora con los testimonios de cinco mujeres. Mientras avanzamos por el proceso, desde el trabajo de parto, el parto, el posparto, vamos cayendo en cuenta del trato que reciben las madres, algunas primerizas, en el sistema de salud pública peruano. Alguna incluso recuerda un golpe en el rostro ante la desesperación reinante en el proceso. Prácticas como la inducción al parto son asumidas como normales dentro de un hospital por las ocasionales "pacientes". Ellas rememoran, hacia el final del documental, la labor de las parteras que atendieron a sus madres y abuelas. Una suma de acciones que va desnudando el trauma de dar a luz en el Perú hoy.
En su página web http://www.cuandopari.com invitan a quienes hayan visto el documental a contar sus experiencias de parto. Quien sabe puedan recopilar abundantes datos de un hecho que es poco discutido en el Perú.
UPDATE: Pilar Robledo ha escrito una reflexión sobre el documental:
Reflexiones sobre documental “Cuando parí” (2016)
Dir. Pilar Robledo
Este proyecto surge a partir de una gran preocupación. Luego de haber venido recogiendo desde hace
varios años testimonios de mujeres sobre sus experiencias de parto, mi intención fue evidenciar las
deficiencias que el sistema público de salud presenta respecto de la atención y de los cuidados que
brinda a las mujeres gestantes y parturientas. Esta idea está justificada en diversos estudios que se han
realizado en las últimas décadas en el Perú, sobre todo en zonas rurales. En ese contexto, el objetivo
de este proyecto fue observar si sucedía lo mismo en la ciudad de Lima. Específicamente, el objetivo
fue recoger y mostrar las historias, sensaciones, sentimientos y percepciones de cinco mujeres sobre
la atención que recibieron durante el parto.
Las participantes
Las mujeres que serían parte de este proyecto debían cumplir dos requisitos: debían haber parido en
hospitales de Lima; y su hija e hijo, el último o la última en el caso de aquellas mujeres que tuvieran
más hijas e hijos, debía tener máximo 2 años. Esa idea se basaba en el supuesto de que, al haber sido
la experiencia del parto más o menos reciente, los recuerdos podrían guardar mayores detalles. La
búsqueda fue un proceso complejo: fue muy difícil contactar a la cantidad de mujeres que habíamos
pensado inicialmente y menos aún fue posible encontrar mujeres con perfiles diversos (estrato
socioeconómico, lugar de nacimiento, lugar de residencia, nivel educativo, etc.), que era lo que
buscábamos. Las mujeres que estuvieron dispuestas a conversar y a contar su experiencia tenían un
perfil con características similares, lo que, sin embargo, no constituía un problema. Finalmente, fueron
cinco mujeres quienes accedieron a compartir su experiencia de haber parido en el sistema público de
salud.
La estructura y los ejes temáticos
Este proyecto se planteó bajo una estructura que estaba articulada mediante cuatro ejes temáticos:
gestación, trabajo de parto, parto y posparto. Cada uno de los ejes planteado tenía una serie de
preguntas base a modo de guía para las entrevistas, las conversaciones. Al final, se mantuvieron
únicamente los tres últimos. Por otra parte, surgieron varios subtemas, muchos de los cuales, por
cuestiones de tiempo (duración de documental), no pudieron ser incluidos.
Principales reflexiones
A partir de las conversaciones sostenidas con las mujeres que participaron de este proyecto, surge una
serie de ideas sobre el trato que recibieron durante sus partos, y sobre el papel del Estado y
específicamente de los prestadores de salud en este proceso, que planteo a modo de reflexión.
Para empezar, es necesario plantear algunos aspectos que se infieren del contexto en el que
vivimos. En el Perú, debemos considerar algunos puntos relevantes para comprender cómo se han
2
desarrollado y abordado los temas del embarazo, del parto, del puerperio y de la maternidad en
nuestro país. Es fundamental comprender que siempre hemos vivido en un sistema patriarcal, que está
fuertemente arraigado en nuestra sociedad. Esto ha permitido que, desde el Estado, de manera
sistemática, se hayan implementado a lo largo de nuestra historia medidas, normas, políticas públicas
o el término que le corresponda de acuerdo con el momento o época en la que se hayan dado que han
tratado a las mujeres desde una perspectiva utilitaria para lograr o satisfacer intereses de diverso tipo.
Además, debido a una fuerte tradición católica que viene desde la Colonia, uno de los principales tabús
es la sexualidad. Existe una serie de ideas vinculadas con el ejercicio de la sexualidad, con la maternidad
específicamente, que históricamente ha afectado a las mujeres. Estas ideas relacionadas con la
obligatoriedad, la culpabilidad, la responsabilidad unilateral, que han sido naturalizadas e
interiorizadas en nuestra sociedad, parecen basarse hoy en día en una lógica perversa: la mujer tiene
que asumir un costo por ser mujer y, en este caso en particular, por ser madre. Cuántas veces hemos
escuchado la frase: “¿Querías tener hijos? Bueno, pues, ahí está” aplicada a momentos como el
embarazo, el parto, el puerperio o la maternidad en su sentido más amplio. Esta idea socialmente
difundida e interiorizada, sobre cuyo origen sería necesario también reflexionar, implica que la mujer
debe asumir el “paquete completo” que le toca afrontar por el hecho de convertirse en madre. Así,
además de la responsabilidad, el compromiso y el esfuerzo que esta situación implica, varios actores
de la sociedad esperan que una mujer asuma la cuota de sufrimiento y dolor que debe saber soportar,
porque, entre otras cosas, de eso se trata “traer un hijo al mundo”. Se trata de un castigo simbólico a
la mujer, a la madre, que trasciende el perfil de la mujer: una mujer parturienta es potencialmente
objeto de violencia por ser mujer.
Todas las ideas mencionadas se replican y retroalimentan, así como en otros ámbitos, en el
sistema público de salud desde el discurso y la práctica de las distintas especialidades médicas. Estas
se materializan en lo que se ha denominado ‘violencia obstétrica’, tipo de violencia de género que se
basa en el abuso de la medicalización del parto, y en la patologización de los procesos de gestación y
parto, y cuyo rasgo principal es el trato deshumanizante hacia la mujer. Este tipo de violencia es
consecuencia de la implementación de prácticas que responden claramente a una combinación de
factores: a un sistema patriarcal fuertemente arraigado en nuestras sociedades y evidentemente en
las instituciones tanto estatales como privadas –que consiente la falta de reconocimiento de los
derechos de las mujeres–, a grandes intereses económicos (pie de página 1) , y a la preponderancia del uso de la ciencia
y de la tecnología. (pie de página 2).
Bajo este modelo de atención, una mujer es tratada como un agente pasivo. Es un objeto, cuya
capacidad de decisión y de acción queda restringida. A pesar de que no haya realmente ningún riesgo
ni para la vida de la mujer ni para la vida del feto, se aplica un protocolo que trata a la mujer que va a
parir como una persona enferma o en riesgo en un ambiente en el que se presenta una serie de
condiciones que generan tensión, culpa, angustia, desesperación, temor, entre otros sentimientos
negativos, y en el que todo parece debatirse entre la vida y la muerte. Son las características de este
ambiente, generadas por el personal de salud, las que convierten a la mujer en una persona vulnerable3
en esa situación y no su estado de parturienta como se cree. El estado de vulnerabilidad no es
inherente a una parturienta, lo es el contexto en el que se encuentra. En ese sentido, la mujer es
vulnerabilizada4
. En el contexto descrito, además, se asume que una mujer ha recibido la información
necesaria en las sesiones de psicoprofilaxis obstétrica a las que ha debido asistir y que, por lo tanto,
sabe cómo se desarrollará todo el proceso, de modo que no parece necesario informarle sobre los
procedimientos. La comunicación entre el personal de salud y la parturienta es vertical: la mujer recibe
instrucciones que debe cumplir a través de diversos mecanismos, muchas veces violentos. Se le
responsabiliza (“culpa” puede ser el término más pertinente) de todo lo que sucede, a pesar de que
no se reconoce su capacidad de agencia, y se le exige que colabore. Su voz no es necesaria, salvo para
dar la información que sea requerida por el personal de salud. Lo que sienta o necesite la mujer que
no sea relevante para el personal de salud no será considerado ni atendido. De esta manera, el parto
se convierte para muchas mujeres en una situación absolutamente contradictoria, una situación de
sometimiento y de violencia que no soporta el menor cuestionamiento, sino, por el contrario,
generalmente recibe la aprobación del personal y del sistema.
La problemática que nos afecta directamente a las mujeres, además de los factores señalados,
se origina por la naturalización de la violencia, situación que se sostiene, entre otras razones, debido
a que hemos aprendido a aceptar el trato jerárquico y todo lo que eso implica, en unos ámbitos más
que en otros, como la relación profesor-alumno propia de la educación tradicional o la relación
médico-paciente dentro del sistema de salud propio de la medicina occidental5
. En los testimonios
recogidos, se pudo observar que la mujer parturienta, luego de haber sido vulnerabilizada, muestra
absoluto respeto/temor a la autoridad, cree en las doctoras y en los doctores, en la medicina
occidental, y confía en su conocimiento y en su capacidad de “ayudar”
6
. Al parecer, el respeto/temor
y la confianza no le permiten cuestionar ciertas prácticas. Muchas mujeres ni siquiera consideran la
posibilidad de preguntar o pedir que se les explique qué es lo que va a pasar en esta parte del proceso
o sobre los efectos que dichas prácticas podrían tener para ellas y para sus hijas o hijos. En ese
momento, las mujeres contienen sus ganas de quejarse, de gritar por algún dolor o por algún procedimiento que las afecte, ya sea porque hemos aprendido que es lo que nos toca soportar o
porque es un ambiente en el que podemos percibir que seremos reprimidas de diversas maneras. Y,
en el caso, de que una mujer decida expresarse sobre algo que es aceptable para el personal de salud,
la represión será inmediata.
Los proveedores de salud no parecen tener la necesidad de explicar ni justificar sus políticas
en general o los protocolos, porque se asume que es algo bueno per se, más allá de que resulte
incómodo, doloroso, invasivo o denigrante para las mujeres, y fuera de que científicamente esté
comprobado que muchas de estas prácticas generan perjuicios en varios niveles. Las mujeres tampoco
consideran manifestar su disconformidad por el trato que reciben. Asumen que deben soportarlo, a
tal punto que muchos de los procedimientos médicos y de las actitudes negativas del personal, lejos
de ser cuestionados, serán justificados como necesarios por ellas mismas. Esto se puede observar en
los testimonios registrados cuando las participantes se refieren a la “ayuda” que reciben, es decir,
tanto al rompimiento de membranas (rotura artificial de bolsa-amniorexis) como a la aplicación de
oxitocina sintética, prácticas que así como otras más que no son mencionadas pueden ser innecesarias
o, incluso, pueden generar daños y cuya aplicación solo se recomienda en casos excepcionales. Del
mismo modo, se hacen referencia a la “ayuda” para el tema de lactancia, es decir, al uso de leche en
fórmula, lo que va en contra de todos los principios demostrados sobre la salud y el bienestar en
general de la o el recién nacido. Lejos del cuidado –en el real sentido del término–, lo único importante
parece ser “proteger” a esa nueva persona, que evidentemente es fundamental, pero que muchas
veces suele reducirse a lograr que nazca viva y a que la madre viva también sin considerar las
consecuencias físicas y psicológicas que dejan las prácticas implementadas innecesariamente y las
actitudes del personal de salud durante el parto tanto para la mujer como para su hija o hijo.
El parto es un tema sobre el que no se habla por diversas razones. En general, las mujeres no
vamos por el mundo dando detalle a todas las personas sobre los procedimientos a los que fuimos
sometidas, nuestras percepciones y menos aún sobre los sentimientos que tuvimos en ese momento.
Sin embargo, es importante comprender que cada historia permite visibilizar el problema y la
necesidad de generar un cambio. ¿Cuánto sabemos las mujeres sobre el parto? ¿Cuánto sabemos del
parto más allá de querer parir o no? ¿Cómo obtenemos ese conocimiento? ¿Por qué el parto, como la
lactancia y otros temas relacionados con el ejercicio de nuestra sexualidad, es un tabú? ¿Cuánto
sabemos sobre los modelos de atención que existen para el parto? ¿Cuánto sabemos de lo que el
personal de salud hizo o dejó de hacer durante el parto? ¿Qué le comunicó el personal de salud a la
mujer antes, durante y después del parto? ¿Qué sensación, qué impresión, le ha dejado el parto a una
mujer? Bastaría con conversar con las mujeres, con las que han tenido hijas o hijas, con las que no
también, con aquellas que conocemos: nuestras madres, abuelas, tías, primas, amigas, vecinas,
colegas, compañeras en general, aquellas que tenemos cerca. Bastaría con preguntarles cómo fue su
parto o cómo creen que debería ser; bastaría con intentar indagar más allá del “Nació a tal hora, pesó
tanto y midió tanto”, del “Hubo unos problemitas, pero estamos bien” o de la narración de los
procedimientos médicos como una anécdota que parece no tener mayor relevancia porque son
cuestiones de protocolo y de rutina en los partos. Bastaría con eso para entender que no se trata de
casos aislados ni de exageraciones ni de engreimientos de las mujeres. Es una situación extendida, una
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situación crítica que se encuentra completamente invisibilizada y que atenta contra la dignidad de las
mujeres, a pesar de que pertenece a lo cotidiano.
Debido a la débil institucionalidad de nuestro Estado y a la falta del desarrollo de una sólida
cultura ciudadana, nos hemos acostumbrado a creer en el azar y a aceptar muchas situaciones: que te
“toque un doctor o doctora que te trate bien” es cuestión de suerte. Es obvio que no se trata de eso,
como tampoco se trata de si una mujer cuenta con los recursos económicos para poder atenderse en
el sector privado, que muchas veces tampoco garantiza una buena atención. La atención adecuada
durante la gestación y el parto no debe depender ni de la “suerte” ni del poder adquisitivo de una
persona, situación que lamentablemente ve en todo el sistema de la salud como en muchos otros
ámbitos en el Perú. Esta es una cuestión que pasa por el reconocimiento de la autonomía de las
mujeres, pasa por el reconocimiento de nuestros derechos. De ahí la necesidad de que este tema sea
parte del debate público. Sabemos que, en las últimas décadas, han surgido temas, que constituyen
graves violaciones a los derechos de las mujeres, que son parte de la agenda pública. El trabajo en
favor de la reivindicación de los derechos de las mujeres de varias organizaciones de la sociedad civil
ha sido fundamental para generar el debate y cambios necesarios. Por ello, es necesario que se siga
avanzando en esa línea. Es necesario que este tema sea difundido y debatido teniendo en cuenta que,
de acuerdo con el INEI, aproximadamente 600 mil mujeres requieren anualmente este tipo de
atención7
y que son momentos que marcan la vida tanto de las mujeres como de sus hijas e hijos. Hay
aspectos básicos a nivel de políticas públicas que deben ser revisados y reformulados: el cambio
estructural debe estar en reconocer la autonomía de las mujeres, y su derecho a decidir y a recibir la
atención y los cuidados que requieran, en tanto son el centro de este proceso que constituye la
gestación y el parto8
. Eso implica, además, que las mujeres tengamos acceso a la información sobre las
distintas formas de atención de parto para poder decidir libremente.
Finalmente, uno de los subtemas que no se incluyó y que me parece interesante fue el de la
preferencia entre hospital o clínica. Ante la pregunta que les planteé a las participantes: “Si pudieran
elegir entre atenderse en un hospital o en una clínica, ¿qué preferirían luego de la experiencia que
tuvieron?”, ellas señalaron con absoluta convicción que lo harían nuevamente en el hospital. Esta
respuesta me sorprendió en algún sentido, dado que de las cinco participantes cuatro de ellas no
habían recibido atención en clínicas, por lo que no era posible una comparación a partir de una
experiencia directo. Las razones que dieron eran que “el hospital es más grande”, “tiene todo”, “hay
sangre”. Estas respuestas me llevan a pensar en que sería necesario profundizar en la idea que tienen
las mujeres del servicio que brinda el Estado, en la razón en la que se basa la confianza que tienen en
el servicio que brinda el Estado e, incluso yendo más lejos, en la relevancia del Estado en relación con su bienestar9
. Por ello, valdría la pena indagar cómo se ha interiorizado la ‘formalidad’, esa que el
Estado representa, que es mejor y que no ha dado lugar o cabida a lo ‘tradicional’ (a pesar de algunos
intentos previos, el último de los cuales ha sido la aprobación de la norma técnica de salud para la
atención del parto10). Y, si bien en general hay muchas personas que deciden resolver o curar sus
problemas de salud dentro de un sistema tradicional (o usan ambos), hay mujeres en el país que
deciden parir ‘fuera’ del sistema (o usar ambos también). En el caso de las mujeres que participaron
de este proyecto, al parecer, sus historias las han llevado a interiorizar y a asumir la opción del parto
institucional como lo mejor o la única opción (tal vez, no tanto para ellas, pero sí para sus hijo(as) que
van a nacer). En ese sentido, la transmisión de información de generación en generación (de abuela a
madre, de madre a hija) en el tema de la maternidad desde una perspectiva reproductiva y del parto
específicamente, en este caso, parece haber jugado un rol fundamental en la decisión de las
participantes de dónde y cómo parir.
Finalmente, ¿cómo se puede combatir la violencia obstétrica si, por un lado, tanto en el sector
público como en el sector privado se mantiene y se difunde un discurso basado en información que
normaliza y legitima ciertas prácticas que pueden considerarse violentas, y, por otro lado, las mujeres
que acceden a la atención no tienen al alcance información amplia sobre los procedimientos? Lo que
me deja este trabajo es una serie de ideas que considero se deberían tener en cuenta para poder
corregir o mejorar aquellos aspectos sobre los cuales se han generado conflictos que terminan
afectando a varios actores, fundamentalmente a las mujeres que van a parir.
Es necesario incorporar más perspectivas de análisis que provengan de otras disciplinas, además
del Derecho y de la Psicología, como Antropología, Historia, entre otras, para abordar un tema tan
complejo.
Es necesario conocer el origen y la evolución de la profesión de obstetra y su relación tanto con
doctoras o doctores como con enfermeras y enfermeros. Hay un tema antiguo y complejo pero
vigente que son las luchas de poder entre los distintos actores que cumplen roles en la atención de
un parto, que debería ser abordado con mayor profundidad para poder entender y resolver.
Del mismo modo, además de otros temas como el racismo, es fundamental incluir como una
perspectiva para el análisis, la misoginia y el machismo que se desarrollan en una sociedad
patriarcal como la nuestra. Sé que hay muchas opiniones contrarias al respecto, pero considero que
dejar de lado ese aspecto solo aporta a la invisibilización de una de las causas y a la profundización
de los conflictos ya existentes.
Urge la constitución de un Observatorio de violencia obstétrica que permita tener información de
la atención que reciben las mujeres tanto en el sector público como en el privado.
Puede ver el PDF-CUANDO PARÍ - PILAR ROBLEDO con los pies de página en esta dirección.
un post de El sitio de Kinua