lunes, noviembre 29, 2004

chinos competitivos navideños bastardos de las transnacionales

caramba la isla de las flores en todo su esplendor... Cuando compren juguetes piensenlo bien....
fuente: Periodistadigital
Made in China
Explotado por los Reyes Magos

El periodista se hace pasar por un empresario occidental. Fábricas donde niños, jóvenes y mayores trabajan en condiciones infrahumanas. Jornadas de 14 horas, siete días a la semana, para inundar Occidente de juguetes.
Por David Jiménez
El Mundo
29/11/04, 07.39 horas

Si los Reyes Magos existen, deben parecerse mucho a los empleados de la factoría de juguetes Mou Yip. El capataz les contrató en las aldeas rurales del oeste de China y desde el pasado mes de marzo les ha mantenido encerrados en este viejo y decrépito edificio de la ciudad sureña de Dongguan.

Para que los regalos de estas Navidades lleguen a tiempo, y los sueños de los niños de Occidente se hagan realidad, se trabaja siete días a la semana, 14 horas al día, hasta que el cuerpo aguanta. Se duerme y se come en la factoría y las visitas al servicio durante la jornada laboral están limitadas a dos por turno.

Los juguetes van tomando forma según pasan de un sector a otro de la línea de producción hasta que, al llegar al final, ellos mismos se declaran listos para emprender el largo viaje que los llevará a los hogares de Europa o EEUU. «Hola, soy la Cerdita Peppa», repiten una tras otra las muñecas rosadas antes de partir en cajas de ocho unidades.

Da lo mismo qué juguete pida este año su hijo por Navidad -¿un coche teledirigido? ¿una muñeca? ¿el último videojuego?-, las posibilidades de que lleve estampado el sello de Made in China son de más del 90%. Las factorías chinas empezaron a construir los juguetes de Occidente a principios de los 80 y, poco a poco, se han ido comiendo el mercado hasta monopolizarlo por completo.Un millón de trabajadores malpagados y casi siempre explotados, muchos de ellos menores, se encargan de mantener en pie uno de los mayores y más lucrativos negocios.

Las sirenas anuncian antes del amanecer el inicio de la jornada de trabajo en las dos mayores ciudades jugueteras del mundo, Shantou y Dongguan, en la provincia de Guangdong. Ambas quedan dentro de los límites de Juguetelandia, donde decenas de kilómetros cuadrados de parques industriales concentran más de 3.000 factorías, la trastienda de un mundo de imaginación y diversión que aquí no lo es.

Las hay de todos los tamaños y condición, desde pequeños y míseros talleres a inmensas plantas industriales de hasta 4.000 trabajadores, capaces de producir millones de unidades al mes.A la cola se encuentran fábricas que han sido convertidas en cárceles laborales, con sus ventanales enrejados, y las puertas cerradas con candados y con guardianes que vigilan más a los empleados que el perímetro de la fábrica. El nombre de las empresas no está identificado en la entrada y los edificios están registrados como inmuebles vacíos. Los empleados no pueden salir de los edificios durantes meses y los inspectores no pueden -o a menudo no quieren- entrar.

Dan Mei Yun trabaja en la fábrica Regalo de Dios, en Dongguan, desde hace seis meses. Llegó procedente de la provincia de Henan con sólo 16 años y el sueño de poder enviar algo de dinero a sus padres en el campo, donde millones de personas tratan de subirse al tren del progreso que está transformando China.

«Estoy desesperada porque con el dinero que me dan, sólo tengo para vivir. Me hacen pagar por la comida y el alojamiento. No puedo mandar nada a casa», dice la adolescente bajando la cabeza mientras sujeta en la mano un Teletubbie de peluche que repite su nombre y camina impulsado a pilas, uno de los previsibles éxitos de la temporada. El sueldo de Mei Yun: 49 euros al mes, 10 céntimos por cada hora extra.

El Gobierno chino asegura que el salario medio en las fábricas chinas del juguete está en los 600 yuanes, cerca de 55 euros al mes. La realidad es que ni siquiera las duras condiciones laborales que fija la ley -el sueldo mínimo está establecido en 40 euros- se cumplen. En muchas fábricas de Shantou y Dongguan los trabajadores son obligados a memorizar un formulario con las 50 respuestas que deben dar a los inspectores laborales o los empresarios occidentales que se interesen por su situación.«¿Has visto alguna vez a un menor trabajando?

Respuesta: No», dice una parte del escrito distribuido en Shantou, al que ha tenido acceso CRONICA. «¿Si cometes un error durante el trabajo, se te penaliza? Respuesta: No. La dirección y el capataz nos enseñan a hacerlo mejor con paciencia», se lee en otra.

Los testimonios de los trabajadores dan una visión muy diferente y describen la aplicación de un sistema de castigos que puede llegar a reducir los sueldos a la mitad, con multas económicas por simples despistes o errores en la producción, aunque la causa no esté en los empleados. Las fábricas de juguetes chinas son, por encima de todo, un mundo de contradicciones: niños fabricando juguetes para que se diviertan otros niños o productos destinados a la diversión que condenan a miles de personas a trabajar en condiciones de esclavitud.

Prácticamente todas las grandes empresas del sector, desde Disney a Hasbro o las grandes productoras de Hollywood, que han entrado en los últimos años en el mercado con la comercialización de los protagonistas de sus películas animadas, han desembarcado en China para abaratar costes.

Las decenas de miles de Barbies que este año vuelven a inundar las tiendas con su oferta de glamour y lujo salen de dos plantas chinas que la empresa Mattel tiene en el sur del país y que mantienen una plantilla de 8.000 empleados. Este año, el accesorio de la «Barbie ejecutiva», un mini ordenador portátil de plástico, se vende por cerca de 50 euros en las tiendas, el sueldo de un mes de las jóvenes que trabajan en el sector.

Pero aunque algunas compañías mantienen controles sobre las fábricas y cuidan de que no se abuse de los trabajadores, la mayoría sólo tienen en cuenta una cosa: el precio del producto.

La obsesión por arañar unos céntimos a cada unidad, de estirar un poco el margen, es lo que ha llevado al pequeño Bo (no es su nombre real) hasta Juguetes Mou Yip. El más joven de los empleados de la fábrica apenas aparenta 11 años. Su cometido es rellenar los juguetes con un sustitutivo del algodón, uno a uno, siempre a mano, durante 14 horas seguidas. Detrás de él se levanta una gran montaña de osos de peluche listos para ser enviados a los supermercados de la multinacional Wal-Mart, la mayor cadena comercial del mundo con más de 5.000 tiendas repartidas en decenas de países.

La empresa estadounidense, cuyo lema es «precios siembre bajos, siempre», tiene contratada en Mou Yip la producción de dos de sus juguetes para los próximos dos años: cuatro millones de muñecos que serán vendidos a 4,97 dólares la unidad, casi tres veces más del precio de fábrica.

SINDICATOS: PROHIBIDOS

Xu Feng Huan, que fundó esta factoría con 300 empleados en 1997, admite que las condiciones de sus empleados no son dignas y se defiende asegurando que la responsabilidad de los abusos recae en las empresas extranjeras. Su locuacidad obedece sólo a que no sabe que los dos hombres perfectamente trajeados que acabamos de darle nuestras tarjetas de visita somos en realidad periodistas.«Wal-Mart es muy poderosa porque sus pedidos son muy grandes y las fábricas dependemos de ellos. Cada año exigen precios más bajos y saben que eso nos obligará a tener a los trabajadores en esta situación. ¿Qué otra cosa podemos hacer?», se pregunta la propietaria de Mou Yip, segura de que así logrará convencernos de que nuestros juguetes los fabrique ella.

El National Labor Commitee, una organización defensora de los derechos de los trabajadores en el Tercer Mundo que tiene su sede en EEUU, asegura en su informe Juguetes de la miseria 2004 que no es extraño que los empleados del sector trabajen hasta 20 horas al día en los periodos prenavideños, que sufran constantes retrasos en el pago de sus sueldos y que sean despedidos a la mínima queja.

En las factorías de Guangdong, donde la humedad y el calor se hacen insoportables en verano, las largas jornadas se hacen más insoportables si cabe en plantas sin ventilación y sin apenas iluminación. Lo peor, sin embargo, suele llegar al finalizar la jornada, casi siempre de madrugada.

Los empleados deben descansar en dormitorios en los que las condiciones de miseria casi siempre superan todo lo que dejaron atrás en sus pueblos de origen. Hasta 20 personas se hacinan en habitaciones de 20 metros cuadrados y decenas de ellas compartan un único retrete. El hedor es insoportable. Los empleados deben ocuparse de la limpieza y rara vez reciben suficiente comida para mantenerles en pie al día siguiente. Los desfallecimientos y las enfermedades son constantes, pero apenas un 10% tienen seguro médico. Cuando caen rendidos, simplemente son reemplazados.

Las grandes multinacionales han encontrado la forma de quitarse la responsabilidad y desentenderse de los abusos contratando a intermediarios que negocian directamente con las fábricas desde Hong Kong. «Luego exigen precios mínimos que saben que sólo pueden lograrse rebajando los salarios y manteniendo horarios salvajes y se lavan las manos», asegura un intermediario que trabaja para la firma Wal-Mart.

China se ha convertido en la principal fábrica del mundo gracias a la mano de obra barata, la ausencia de sindicatos independientes -están prohibidos- y la pobreza de cientos de millones de campesinos que emigran a las zonas industriales en un intento de sumarse a los cerca de 400 millones de chinos que han salido de la miseria en el último cuarto de siglo. Los trabajadores chinos son rápidos, baratos y eficientes.

Hasta los mayores detractores del régimen comunista chino admiten que las fábricas, a pesar de las condiciones, han ayudado a desarrollar el país. Gigantescas áreas como el Delta del Río de la Perla, en el sur, han experimentado un cambio radical en los últimos años gracias a la manufacturación masiva de todo tipo de productos, desde muñecas hinchables -China también es el mayor productor de juguetes eróticos- a bicicletas.

El problema es que, mientras la región se enriquecía, las condiciones de los trabajadores se quedaban estancadas. El Ministerio de Trabajo chino reconoce que el salario medio en las zonas industriales sólo ha subido 68 yuanes (6 euros) en los últimos 12 años. Para muchos, el viaje ha dejado de valer la pena y, por primera vez desde la apertura económica de China, las fábricas de Guangdong tienen problemas para contratar a suficientes trabajadores.

Aunque las empresas jugueteras confían en que los 750 millones de campesinos que todavía viven en China mantengan la oferta de mano de obra barata en los próximos años, el sistema vive una primera e inesperada crisis. Las duras condiciones de los últimos 20 años están ahuyentando a miles de jóvenes que no ven motivo para buscar trabajo a cientos o miles de kilómetros de sus casas. El desarrollo económico ha empezado a llegar al interior del país y las oportunidades se reparten a zonas nuevas, como la ribera del río Yangtzé.

Las condiciones laborales en Dongguan son tan severas que muchos empleados, exhaustos, deciden volver a sus casas tras dos o tres años de calvario. «No poder descansar ningún día te va quitando las fuerzas hasta que llega un momento en que nada importa. O lo dejas o te mueres de agotamiento», explica Ai Xiao Long, un joven de 20 años que fue reclutado hace tres para la fabricación de coches teledirigidos.

NIÑOS Y ANCIANOS

El paisaje laboral ha empezado a transformarse y por primera vez se puede ver a muchos jóvenes varones ocupando puestos que antes estaban reservados a mujeres. «Ellas trabajan mejor, pero tenemos problemas para conseguir gente. Ahora vale todo, niños, mujeres, hombres, gente más mayor», explica el propietario de una factoría de Dongguan.

Los propios dueños de las fábricas admiten que la falta de empleados ha hecho que este año se contraten más menores que nunca, después de que su número se hubiera reducido hace cinco años tras una campaña del Gobierno contra la explotación infantil. Los niños son especialmente valiosos en la manufacturación de juguetes, que requiere de dedos pequeños y habilidosos. Para reclutarlos, no hay más que hacerles un carné de identidad falso y ponerlos en salas de trabajo discretas.

En Mou Yip, donde CRONICA localizó a varios menores, garantizan la fabricación y envío de 70.000 muñecas a Europa en tan sólo 40 días a un euro y medio la unidad.La propietaria, al ser preguntada por los menores, señala a una niña de unos 14 años y dice: «Todos miramos a otro lado, esto es un negocio. O nos permiten subir los costes de producción o esto es lo que hay».

Algunas empresas no tienen dudas: si los costes suben, y China deja de ser un regalo para sus cuentas corrientes, buscarán otros países del Tercer Mundo donde asentarse. Las hay que ya están pensando seriamente en la opción de marcharse, a medio plazo, si continúa la escasez de voluntarios dispuestos a perder la juventud por 50 euros al mes.

Hasta que ese día llegue, en las fábricas del sur de China se seguirá trabajando sin descanso.Los pedidos para esta temporada navideña ya están en las estanterías de los centros comerciales y casi toda la producción para 2005, incluidas las próximas fiestas, está comprometida. Los Reyes Magos de Oriente volverán a cumplir, un año más, con su compromiso de inundar con juguetes los hogares occidentales.

No hay comentarios.: